2059

Esto lo escribio Canibal, en recolectivo, NO ES MIO!! pero lo adopto por que creo que asi sere yo si es que llego a estar vivo en el 2059, bueno, llegamos!!

Paca nos quiere un chingo desde que le hicimos un favorcito para que no la corrieran. Por eso el año pasado, por aquello de la navidad, nos regaló (a Arturito, a Pancho y a mí) una emulsión de esas que te rejuvenecen por un día. «Para que se vayan a putear, viejitos» nos dijo y nos dio besitos en la frente. Doña Marichú se dio cuenta y fue de chismosa con las otras rucas pero nosotros no dijimos nada. Nadie nos haría confesar.

Es un ritual de los viernes salir a pasear, porque hay menos jóvenes, menos niños cagapalos, menos ruido. Vamos a las plazas, al cine o a darles de comer a las palomas artificiales al parque. Los sábados armamos una reunión entre todos, nada grandioso, y los domingos cada quien se va a molestar a su familia, si aún tiene.

Pero este fin de semana fue diferente porque traíamos al diablo en el cuerpo.

A pesar de que a esos dos miedosos les costó exactamente un mes decidirse, el sábado en la noche por fin tomamos nuestras emulsiones, registramos nuestra salida (Panchito dice que cada que pasa el ojo por el checador, se le cura un poquito la catarata) y salimos bien campantes a buscar mujercitas. Ya en la calle, recordé que necesitábamos orientación.

*** ¡riiiing! *** -Gallo, necesito que me digas de nuevo dónde conseguir putas bonitas y baratas

-jajajaja no chingues, abue, ¿era en serio?

-si

-¿mi mamá sabe que saliste?

-no pero si se entera ya sé a quién chingarme. Ya, no te hagas wey y dime dónde es.

-jajaja «wey», tu y tus palabras. Mira, ¿recuerdas dónde vivía Doña Carmen? Bueno, dos cuadras después, yendo hacia el malecón, hay una casa azul con rejas verdes. Si las luces están prendidas, es que hay servicio. Si no, pues no.

-órale, gallito, y nada de decirle a tu mamá ¿eh?

-jajajaja conseguiste una emulsión ¿verdad?

-tú no sabes nada

-jajaja ok, ok

¿Dónde vivía Doña Carmen? Casi 2 horas después, ya medio encabronados por la pérdida de tiempo, llegamos a la casa azul. De buena suerte que las luces estaban prendidas. Nos reimos nerviosos y entramos hechos unas gelatinas.

En cuanto las chamaconas nos vieron, fuimos la sensación. Nos decían «abuelitos» y nos acariciaban los pocos cabellos que nos quedan. Cada quién agarró una señorita y en chinga buscamos rincón porque la emulsión resultó ser una maravilla que reaccionaba a los pocos minutos de exposición ante la suavidad femenina.

Arturito y Pancho se quedaron abajo, yo pasé a una habitación en el segundo piso.Casi me iba encuerando en el camino. Eran las ansias de tantos años, de pronto recordar lo sabroso del asunto, ver con morbo un cuerpo joven, era todo.

La chaparrita jugó a la seducción y lo hizo bien. Me mantuvo atento, expectante, babeando por cada prenda que se quitaba. Me envolvió en una atmósfera cachonda que me hizo retroceder, fácil, unos 40 años. En ese momento cumbre, tan jodidamente corto, la vejez me la pasé por mis huevos de pasita.

No aguanté más y me bajé los calzones a las rodillas, le dije «órale, mija, ponte» y justo cuando aquella se enfilaba y yo afinaba puntería, de un patadón abrieron la puerta. Era la justicia: era sábado de redada. Ni tiempo de subirme los calzones, ahí mismo me sometieron y con un puto rayito que no cura las cataratas me sacaron los datos necesarios para que hiciera el ridículo de costa a costa.

La chaparrita nomás se tapaba todo lo destapado y daba unos brinquitos muy hábiles para que no la atraparan. Esos brinquitos me pertenecían.

En menos de 20 minutos, como era de esperarse, mi foto ya aparecía en las Pantallas de Notificación Familiar de todos los hogares del estado y por supuesto también en casa de mi hija, con una nota que incluía las palabras «prostíbulo», «septuagenarios» y «fuga del asilo».

Mi hija me sacó de la cárcel y me puso la cagada de mi vida. Mi nieto se sintió un poco culpable pero no lo suficiente como para no burlarse.

Apechugué porque la vergüenza valió la pena: recordé esa deliciosa sensación de estar vivo, de la aventura, de lo prohibido.

A Paca la corrieron porque Doña Marichú soltó toda la sopa: «¡Yo ví, yo ví!». Pinche soplona. Es una lástima porque Paca nos trató muy bien, nos quería un chingo.

Arturito y Pancho siguen en la cárcel. Estoy yendo a verlos porque hoy salen, ya que cumplieron sus horas por no pagar fianza.

Antes de que mi hija me sacara, les dije: -¡Pa la otra vamos a coger con las robotitas esas que parecen reales!

No sé qué contestaron. Creo que me mentaron la madre.


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